El último quejío de “nostalgia” por la Triana antigua cumple cuarenta años

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Imagen del Ficus centenario de la Parroquia de San Jacinto en el barrio de Triana de Sevilla. EFE/José Manuel Vidal/Archivo

Miguel Salvatierra I Sevilla, 3 mar (EFE).- El pasado 28 de febrero se cumplieron 40 años de la última gran fiesta que la gitanería flamenca del barrio de Triana (Sevilla) celebró en el Teatro Lope de Vega de la capital hispalense, en lo que fue una celebración cargada de “reivindicación” y “nostalgia” hacia un barrio del que fueron expulsados.

Hace diez años, el productor musical Ricardo Pachón recogió en el documental ‘Triana pura y pura’ las imágenes inéditas de aquella fiesta, donde Pepa ‘La Calzona’ dio sus últimas ‘pataitas’, o el último Cagancho enmudeció al Lope de Vega con el cante de un martinete que transformó momentáneamente aquel escenario en una fragua trianera.

Las guitarras de Manuel Molina, Manuel Domínguez ‘El Rubio’ y un jovencísimo Raimundo Amador amenizaron una velada en la que ni si quiera el gran Farruco pudo evitar participar y que le llevó a subir del patio de butacas al escenario.

Lole Montoya, José Lérida, El Titi, El Filigrana… Toda una estirpe de artistas que convirtieron el teatro sevillano en la mítica taberna ‘El Morapio’, lugar de culto al flamenco en pleno barrio de Triana y en el que se reunía esta estirpe inigualable de artistas.
Juan Gallego Benot (Sevilla, 1997), joven escritor sevillano y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid e investigador en la Universidad de Groningen, ha estudiado durante tres años los entresijos de esta fiesta y su trasfondo social para dar a luz ‘Las cañadas oscuras’ (Letraversal), un paseo a través de la poesía y la crónica histórica por esta Triana antigua.

Desahucio

En declaraciones a EFE, Gallego ha sostenido que, en esta fiesta, los cantes y bailes contaban con un trasfondo de “resignación” por lo que era el fin de una era, y a la vez de “reivindicación” de la cultura de una gitanería que se vio desahuciada en cuerpo y alma de sus orígenes.

En el documental de Pachón sobre esta fiesta se proyecta un relato sobre los motivos por los que las familias de Triana, gitanos y no gitanos, se vieron obligados a abandonar los corrales de vecinos en los que habían residido, en algunos casos, por varias generaciones.

De la especulación urbanística de las “élites franquistas” en una zona como era el arrabal trianero en el que muchas de esas corralas estaban en un estado de conservación pésimo, a un racismo, según ha apuntado Gallego, “que provocó que los sucesivos gobernantes omitieran las necesidades materiales de aquellos a los que se desahució”.

Y es que el escritor sevillano compara la expulsión de estas cientos de familias con los desahucios que sufren hoy en día personas sumidas en la pobreza, y niega que se produjera una “única noche de los cristales rotos”, como relata la bailaora Matilde Coral en la cinta, sino que este éxodo forzoso fue más bien “un proceso lento” que duró “años”.

Tras la expulsión de su barrio, estas familias vagaron por varias zonas de la ciudad, desde las cocheras de Renfe en San Bernardo al Polígono de San Pablo, pasando por Torreblanca de los Caños hasta recalar la mayoría de ellos en las Tres Mil Viviendas, donde, a la fecha de la celebración de esa fiesta, ya eran varias las generaciones que se habían criado en esta barriada azotada por la droga y el crimen.

Esta fiesta, quizá la última semejable a lo que se podía ver un fin de semana en el Morapio, estuvo marcada por una profunda “nostalgia” hacia un barrio en el que pocos de los artistas allí reunidos vivieron realmente.

En el documental ‘Triana pura, y pura’, Gallego sostiene que Ricardo Pachón “da nombre a una serie de deseos”, los de esas generaciones posteriores, “que no tenían nombre” y que permitió la construcción de un relato en el que les explica a esos gitanos “lo que les había pasado” y que termina traduciéndose en una fiesta llena de sabor y cantes con unas letras que contaban el día a día del barrio de Triana.

Revisionismo antifranquista

Pero estos “viejos de Triana”, los que sí habitaron en aquel barrio, hicieron de aquellos tangos, bulerías y seguiriyas “una forma muy interesante” de reivindicar su cultura y sus orígenes.

Unos “gitanos antiguos” que sí volvieron, a pesar de que Pachón relata lo contrario, a Triana, la mayoría de ellos a actuar en bodas y fiestas “de los ‘señoritos’ que vivían en sus antiguas casas”, ha señalado el escritor sevillano, porque, “a pesar de que no se dedicaban profesionalmente al cante, sí ganaban dinero cantando”.

Juan Gallego ha confesado que esta historia es “difícil de contar” por la cantidad de matices que rodean tanto la época como la construcción del propio relato, influido notablemente por el “lógico revisionismo antifranquista” y la necesidad de esos gitanos, que habían deambulado por distintas zonas de la ciudad, de encontrar sus orígenes y un arraigo cultural y familiar.

La única realidad palpable de esta fiesta es la emoción que se vivió en las tablas del Lope de Vega gracias a la unión de unos artistas de los que rebosaba la pureza a través de unos cantes y bailes que han quedado para la posteridad. EFE

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